—¿Quieren decir sus votos? —preguntó el oficiante, serio.
—¡Por supuesto! —exclamó Diana, con entusiasmo.
—Adelante.
Ella empezó, porque Gabriel parecía no estar escuchando.
—Gabriel Collins, sé que eres el amor de mi vida desde el primer día en que te vi. Hoy te entrego mi corazón para que lo cuides, y yo prometo cuidar el tuyo —dijo, con un nudo en la garganta—. Estaré contigo en la salud, en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.
Helena escuchó esas palabras con una punzada en el pecho, ofendida. ¿Cómo se atrevía?
El oficiante hablaba de amor verdadero, de gestos que construyen historias, y de silencios compartidos… y cada frase que soltó Diana, parecía una burla a lo que realmente significaba el matrimonio.
—¿Escuchaste? —murmuró Helena, con indignación—. Desde el primer día en que lo conoció. Yo se lo presenté, ¿sabes? Se conocieron gracias a mí. ¿Va a decir que desde entonces estaba enamorada? Qué cínica…
Nicolás soltó una breve risa.
—Lo hace para quedar bien.