Helena estaba en la oficina de Nicolás, sentada en el sofá junto a la ventana, con una manta gris envolviéndole los hombros como un escudo contra el temblor que aún no se le iba del cuerpo.
Sostenía una taza de chocolate caliente entre las manos, y el vapor que subía en espirales parecía lo único que la mantenía conectada a ese momento.
Nicolás estaba hablando por teléfono, caminando de un lado a otro.
—Necesito que presenten a Vanessa ante la policía cuanto antes. Iré en camino para levantar la denuncia —habló él, concentrado en la conversación.
Los de seguridad no sabían qué hacer con ella, estaba tratando de escapar y por eso la tuvieron que amarrar a una silla.
—Sí… —añadió Nicolás—. Ustedes sólo hagan lo que les pido. No dejen que se escape, ¿escucharon?
En ese momento, Karen entró a la oficina a toda velocidad y se agachó frente a su mejor amiga con el ceño fruncido, preocupada por ella.
La detalló, asegurándose de que estuviera bien.
—¡Amiga! Me he enterado de todo gr