Cuando dejó a Lyra en el río, River se alejó; necesitaba preparar al menos un lugar mínimamente seguro para que ella durmiera. Él podía quedarse en cualquier sitio, de cualquier manera, pero no haría eso con Lyra. Siguió por el bosque sin prisa, buscando leña para una fogata y algo que pudieran comer.
Sus pasos eran rápidos y certeros, esquivando con naturalidad las raíces retorcidas y las ramas bajas. Su respiración se mezclaba con el olor a tierra húmeda y al musgo pegado a los troncos de los árboles viejos. Estaba a unas cuantas centenas de metros del claro cuando lo sintió. Un olor distinto en el aire: humo, sangre, un leve toque de perfume floral y adrenalina.
River se detuvo, cerrando los ojos un instante, olfateando el aire.
No estaba solo.
Se giró levemente, los músculos tensos y la postura alerta.
—¡No queremos pelea! —gritó una voz femenina, asustada, antes de que pudiera acercarse más.
De entre las sombras surgieron dos figuras femeninas, eran jóvenes. La más baja no pare