River las observó desaparecer entre los árboles, pasos ligeros, casi sin sonido. Después de unos segundos, apretó la ropa contra el pecho y volvió al campamento, el olor de tela limpia y suavemente floral mezclado con el aroma del bosque húmedo. El pecho le dolía, un dolor que no sabía nombrar, pero que había crecido desde que ella entró en su vida.
Caminaba despacio, sus pies pisando con precisión entre las raíces gruesas y las hojas mojadas. El cielo estaba oscurecido, casi sin estrellas, pero sus ojos no necesitaban luz para ver lo que importaba. Podía sentirlo. El olor suave del río mezclado con sangre, miedo y dolor.
Cuando se acercó a la orilla, se detuvo entre las sombras de los árboles y la vio.
Lyra estaba de espaldas, aún dentro del agua helada. Los hombros desnudos temblaban, el cabello empapado caía como cascada por su piel, los mechones oscuros pegados a la piel pálida. Y entonces River la vio. La marca. Quemada, cruel, abierta. Como una cicatriz aún viva que ardía en car