El portón principal de la cúpula se cerró con un chirrido grave y metálico cuando Solomon cruzó la entrada y desapareció en la oscuridad del bosque. Dentro, el silencio seguía pesado, como una niebla espesa que ninguém conseguia dissipar. Los ancianos no dijeron ni una palabra tras su partida, y cada uno abandonó el salón con el peso de la amenaza recién recibida ardiendo sobre los hombros.
Kael fue el último en permanecer allí, de pie en su lugar, la mandíbula apretada, las manos cerradas en puños y la mirada fija en la puerta por donde Solomon había salido. Su pecho subía y bajaba con violencia; los ojos brillaban de odio contenido, la humillación aún ardía en su piel como hierro al rojo.
—Va a pagar por esto —gruñó entre dientes.
Tommy se acercó con cautela.
—Kael… tienes que pensar con más calma. Lo que pasó hoy no fue sólo un aviso, fue una declaración de guerra. Si River decide atacar, puede borrar nuestra manada del mapa.
Kael se volvió bruscamente, la furia estampada en el ros