El silencio de la sala era tan espeso que podría cortarse con las garras. Las antorchas encendidas proyectaban sombras danzantes en las paredes de piedra y en los rostros rígidos de los ancianos sentados en sus tronos dorados, mirando a todos como si las palabras de Kael fueran lo más certero dicho hasta ese momento. Hasta que alguien pareció reunir suficiente valor para ponerse en pie y, sobre todo, hablar.
—El alfa supremo siempre fue una fuerza entre nosotros —dijo, con la voz grave resonando por la sala—. Una fuerza que mantuvo el equilibrio, la justicia, el honor; eso me lo susurran los más viejos desde que me convertí en alfa. No entiendo por qué insisten en mantenerlo dormido cuando la propia Diosa eligió despertarlo.
Hubo un murmullo entre los presentes. Algunos alfas bajaron la mirada, otros alzaron las cejas, incómodos. La compañera de Ronnie, de pie a su lado, tocó su brazo con delicadeza y añadió:
—Si fue la Diosa quien lo puso a dormir… y ahora fue ella quien lo trajo de