El silencio de la madrugada fue roto por un sonido bajo, casi imperceptible al principio.
River abrió los ojos de golpe, el cuerpo todavía en alerta como un hilo de tensión a punto de romperse. Se movió con cuidado, los ojos entrecerrados girando hacia Lyra.
Ella gemía.
El sonido rasgaba el aire como un lamento contenido. River se incorporó de un salto, el corazón desbocado, los instintos a flor de piel. Algo definitivamente no estaba bien.
—¿Lyra? —llamó, arrodillándose a su lado.
La chica se retorcía bajo la capa que él le había dado, los puños apretados contra el pecho, la respiración irregular. Sollozaba, como una niña asustada en un rincón oscuro.
—Por favor… no… por favor…
Su voz era débil, temblorosa, susurrada entre dientes. Dormía, pero la pesadilla parecía demasiado real. River extendió la mano y tocó su frente.
Ardía en fiebre.
—Mierda…
Estaba empapada en sudor, pero su piel ardía como brasa viva; el rostro pálido, con manchas rojas en las mejillas y los labios entreabierto