Raíces en profundidad
La tarde transcurre perezosa, pero el calor aumenta en oleadas que hacen susurrar las hojas del eucalipto como si guardaran secretos antiguos.
Pedro baja la colina con pasos largos, conduciendo la vieja camioneta hacia el pasto sur, donde los bebederos automáticos recién instalados esperan su primera prueba real. El motor vibra en un murmullo bajo, esparciendo el olor a diésel mezclado con el perfume de la resina que escurre de los troncos. Estaciona cerca del tronco que sirve de referencia, apaga el motor y respira hondo.
El cielo es una vasta sábana azul, interrumpida solo por el vuelo de un caracará solitario que gira en círculos, aguardando la oportunidad de cazar.
Pedro siente el sudor correrle por la nuca, pero le gusta la sensación; es el precio honesto que se paga por ver la tierra florecer.
Tira de la manguera y abre la válvula. Escucha el clic suave del mecanismo eléctrico.
El agua brota cristalina, salpicando en abanico fino antes de llenar el bebedero