El sol apenas había asomado en el horizonte cuando Pedro aseguró la última caja en la carrocería de la camioneta.
Era una entrega simple de quesos y dulces caseros en la ciudad, pero también una buena oportunidad para recoger el encargo que Paulo le había prometido.
La sociedad con aquel viejo conocido de la facultad de ingeniería agrónoma se había revelado un regalo inesperado, y Pedro se sentía esperanzado como hacía mucho no se sentía.
Jasmine apareció en la veranda con una taza de café humeante y una sonrisa adormecida.
Roberta jugaba con uno de los gatos, riendo bajito mientras el animal se enroscaba en sus pies.
—¡Ve con cuidado! —dijo Jasmine, entregándole el café.
Pedro sonrió, sintiendo el calor de la porcelana entre los dedos y algo aún más cálido crecerle en el pecho.
—Vuelvo antes del final de la tarde. ¿Tú y Roberta quieren algo especial de la ciudad?
Jasmine pensó un instante.
—Quizás unas mudas de albahaca.
—Y un bombón de esos que trajiste la última vez.
—¡Anotado! —re