Jasmine entró en casa con Roberta en brazos y la cabeza llena de pensamientos. La conversación con Pedro había removido algo profundo, un lugar que ella mantenía bajo llave.
Ese recuerdo doloroso del pasado, que durante tanto tiempo había evitado, ahora parecía haber adquirido contornos más suaves. No porque doliera menos, sino porque había sido compartido. Y, de alguna forma, eso lo cambiaba todo.
Mientras Roberta se acomodaba en el sofá con su almohada preferida, Jasmine fue a la cocina y puso la tetera al fuego.
Era lo que siempre hacía cuando necesitaba pensar.
Té de manzanilla.
Silencio y las luces tenues de la sala. El sonido del agua hirviendo era como un mantra, acompañando el vaivén de los pensamientos.
Pedro.
Era imposible no pensar en él. Tan distinto a todo lo que había conocido. No hacía promesas, no decía lo que ella quería oír.
Simplemente estaba allí. Constante, sereno, con una mirada sincera y una forma de escuchar que hacía que el mundo pareciera menos pesado.
Se sor