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El dolor fue lo primero que sintió Lilith al recuperar la consciencia. Un dolor punzante que se extendía desde su costado hasta cada terminación nerviosa de su cuerpo. Intentó abrir los ojos, pero sus párpados pesaban como si estuvieran hechos de plomo. El aroma a hierbas medicinales y sangre seca inundaba sus fosas nasales, mezclándose con otro olor más intenso, más familiar: el aroma a bosque y tormenta de Damián.

Cuando finalmente logró abrir los ojos, la luz tenue de unas velas iluminaba una habitación que no reconocía. Las paredes de madera oscura estaban decoradas con símbolos antiguos, protecciones ancestrales que solo los sanadores de la manada utilizaban. Intentó incorporarse, pero una punzada de dolor la obligó a dejarse caer nuevamente sobre las sábanas.

—No deberías moverte todavía —la voz grave de Damián llegó desde un rincón de la habitación.

Lilith giró la cabeza lentamente. Él estaba sentado en una silla junto a la ventana, con el rostro parcialmente oculto en las somb
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