La primera sensación que percibió Elara al despertar fue el calor pesado y familiar que la ataba a la cama, una sensación que antes había sido su máxima seguridad. Abrió los ojos lentamente, encontrándose con la suave luz de la mañana, filtrándose por las cortinas, pintando la alfombra de un color ámbar. Los brazos de Duncan rodeaban su cintura, y su respiración tibia y rítmica acariciaba la nuca de Elara. Él la sostenía contra su pecho con ternura, como si ella fuera lo más preciado y seguro en su vida.
Elara se quedó rígida. El contacto, que hasta hacía apenas dos días había sido su refugio contra el mundo, ahora le resultaba insoportable, una traición a Duncan y una profanación a sí misma. El cuerpo de Duncan era robusto, cálido y reconfortante, pero bajo esa calidez, la piel de Elara ardía con el recuerdo del frío hielo de Keith y el hedor persistente del whisky que él había bebido.
Con cuidado y conteniendo la respiración hasta el punto de la incomodidad, intentó apartarse. Giró