Keith se levantó del colchón con una calma inquebrantable, una quietud que a Elara le pareció más amenazadora que cualquier grito o movimiento brusco. Su figura, alta y tensa, se movía con lentitud mientras cruzaba la alfombra. Elara, sentía el frío del aire en su piel, pero temblaba internamente, sin atreverse a moverse o hacer contacto visual. Keith se detuvo solo para tomar el revoltijo de ropa que yacía abandonado en el suelo.
Con un gesto brusco y lleno de desprecio, Keith le arrojó la ropa. El impacto de la tela arrugada y fría contra su pecho fue una última humillación. El desprecio que transmitía el gesto era más lacerante que cualquier golpe.
—Ve al baño y vístete. Ahora —susurro con firmeza. Y aunque su voz sonaba fastidiada por la interrupción, su mirada se detuvo un instante, saboreando su desnudez como un trofeo silencioso que ella se atrevía a mostrar.
Elara obedeció sin chistar. Su cuerpo se movió por inercia, sujetando la ropa contra su cuerpo como un escudo inútil, y