Elara comenzó a correr, propulsada por un terror que había superado la cortesía de Grace. Su corazón galopaba en su pecho, un tamborileo sordo que resonaba en sus oídos. Se movió con la velocidad de una liebre asustada a través del pasillo que conducía al ala trasera. Su mente gritaba la hora. Había superado su plazo por veinte minutos de cortesía involuntaria hacia Grace. Sabía, con certeza escalofriante, que esa demora sería catastrófica.
Llegó a la puerta trasera que daba a los jardines. El frío penetrante de la noche escocesa, ya familiar, la golpeó de nuevo. Salió al aire húmedo, el rocío crujiendo bajo sus zapatos, y se dirigió a trompicones al lugar de la fuente de piedra. Pero no había nadie.
El lugar junto a la fuente, donde se habían encontrado la última vez, estaba desierto. La neblina jugaba con las siluetas de los setos, creando formas fantasmales y amenazadoras, pero la figura alta y sombría de Keith no estaba ahí. El ambiente a su alrededor estaba rodeado por un silenci