Clara cerró la puerta del apartamento con el mismo cuidado con que alguien cierra la tapa de un ataúd: lento, preciso, decidido a no dejar indicios. El olor a perfume y a ambientador de la gala todavía flotaba en la ropa; se sacudió el abrigo, dejó el bolso sobre la mesa y observó la tarjeta del *Proyecto Lazarus* como quien mira un objeto extraño arrancado de un sueño. La foto de Carlos que Martín le había mostrado no la había dejado dormir; ahora la tarjeta era otra prueba del sinsentido: un símbolo impreso que le recordaba que había cosas que la inteligencia convencional no alcanzaba a explicar.
Se dejó caer sobre el sofá y repasó la noche como si revisara una escena policial: los gestos de Serrano, la mirada de Martín, el susurro que creyó haber oído cuando la luz parpadeó. ¿Por qué había venido Carlos? ¿Por mando propio o por encargo? ¿Había vuelto por nostalgia, por venganza, o porque alguien le ofrecía la posibilidad de reescribir su historia? Las preguntas se amontonaban y nin