En los balcones superiores, Sebastián observaba la escena. Sus ojos seguían los movimientos de Clara con una mezcla de vigilancia y deseo contenido. Sabía que todo era parte del plan —la infiltración, la cercanía con Martín, el acceso a la información sobre el *Proyecto Lazarus*—, pero aún así, verlo bailar con ella despertaba algo que intentaba enterrar.
*Ella no es tuya*, se repitió mentalmente. *Ella tiene una misión.*
Aun así, no pudo apartar la vista.
Clara giró entre las luces del salón, y por un momento, la música pareció diluirse. En la multitud, creyó ver de nuevo aquel rostro imposible, entre el humo y los destellos.
Carlos.
El nombre cruzó su mente como una corriente eléctrica.
Y en algún rincón del hotel, alguien —quizá demasiado cerca— pronunció el mismo nombre en voz baja, apenas un susurro que se perdió entre los aplausos.
La música seguía fluyendo, pero Clara ya no la escuchaba del mismo modo. Cada nota se mezclaba con el murmullo de las conversaciones y el roce de ves