Las noches se volvieron más tensas. Ella desconfiaba de todo, él intentaba mantener la calma, pero ambos sabían que cada movimiento podía ser el último.
Una noche, después de revisar los supuestos informes de *Centinela*, Isabella estalló.
—¡No podemos fiarnos de alguien que no conocemos! ¿Qué pasa si terminamos en una emboscada?
Sebastián la sujetó por los hombros, mirándola con intensidad.
—Isa, mírame. Yo no voy a dejar que nada te pase. Confía en mí.
Ella lo miró, con los ojos cargados de lágrimas que se negaban a caer. Entre el dolor y la rabia, lo besó de golpe, con una pasión desesperada. El beso no fue dulce, fue una descarga de emociones contenidas: miedo, deseo, necesidad de sentir que aún estaban vivos.
Sebastián respondió con igual intensidad, estrechándola contra él como si quisiera borrar el mundo exterior. Por un momento, el caos desapareció. No había sicarios, ni amenazas, ni Millán. Solo ellos, aferrándose el uno al otro como náufragos.
Cuando se separaron, Isabella r