Aye sabía en lo profundo de su ser, que su madre iba a despertar muy pronto, era su deseo de cada noche antes de ir a dormir. Era esa oración que jamás había hecho antes, era más que un deseo, era una súplica por no perder a la única persona que más ama en su vida, porque ya no tendría un reemplazo para su madre.
El hospital, más preciso en la zona donde yacía Lina, casi se encontraba en penumbras.Sus custodios seguían obstaculizando el paso a cualquier desconocido, hasta que una neblina de humo se apodera de cada sentido de ellos dejándolos inconscientes e inertes sobre el suelo.
Cuando el humo se disipa, y como si fuera dueño del lugar, un hombre de traje oscuro camina hasta la habitación de Lina pasando entre los custodios con toda la tranquilidad del mundo, como si tuviera tiempo de sobra para llegar hasta la mujer en estado comatoso dentro de ese cuarto. Al cruzar la puerta se detiene a la distancia y con una sonrisa malévola clava sus ojos en Lina.
—Tenía que visitarte en este