—¿¡Qué?! —exclamó Elen, sintiendo que el mundo se detenía bajo sus pies.
Las palabras de Thomas fueron un puñal. Un golpe seco al alma. Ella no pudo contener el llanto.
Se derrumbó en sus brazos, abrazándolo con fuerza, como si aferrarse a él pudiera evitar que la realidad los devorara.
Sebastián… su padre… estaba muriendo.
Thomas la sostuvo con ternura, sintiendo también cómo el peso del momento los aplastaba a ambos.
El silencio de Karen era un contraste inquietante. Estaba de pie, a un lado, callada, sin derramar una sola lágrima. Solo los observaba, con una expresión difícil de descifrar. Ni angustia, ni furia. Solo… cálculo.
Entonces, el doctor volvió a aparecer en la sala. Su rostro era tan serio como sus palabras.
—Deben encontrar un donante. Su padre ya está en la lista nacional de espera… pero eso puede tardar días, semanas… o meses. Y, sinceramente, él no tiene tanto tiempo. Su organismo está fallando rápido.
Elen sintió que el estómago se le cerraba. El mundo parecía girar m