Sebastián seguía en el hospital, pero su cuerpo estaba presente solo por inercia.
Su mente, en cambio, no dejaba de girar en espiral. Pensaba en todo lo que había dicho, en lo que había hecho… y sobre todo, en las palabras de Ellyn, que lo habían golpeado como un martillo en el pecho.
Por primera vez en años, dudaba. ¿Y si todo lo que creía saber… era una mentira?
Karen estaba en la cafetería del hospital, sin sospechar nada. Él, aprovechando ese momento, se dirigió con paso inseguro hacia el módulo de enfermería.
—Quiero… quiero solicitar una prueba de ADN —dijo en voz baja, casi avergonzado.
La enfermera lo miró con cierta sorpresa.
—¿Para usted y su hija? —preguntó, con tono profesional.
Él asintió. Dudó un momento antes de responder:
—Sí… pero ella ya es mayor de edad.
—Así es —confirmó la enfermera—. Por lo tanto, debe firmar su consentimiento por escrito.
Ella le entregó un formulario. Sebastián lo tomó, sintiendo el peso del papel como si cargara con siglos de culpa.
Minutos des