El abuelo se quedó mirando la pantalla del teléfono. El número estaba privado. Por un momento, el corazón le dio un vuelco.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras tocaba su rostro arrugado, intentando calmar el repentino mal presentimiento que le invadía el pecho.
¿Quién llamaba a esas horas? ¿Y por qué ocultar su número? No respondió.
Solo guardó silencio, respiró hondo y decidió irse a dormir, aunque el sueño, esa noche, no sería un refugio sino una prisión.
***
A la mañana siguiente, el sol brillaba con un entusiasmo que no alcanzaba a Melissa.
Ella bajaba las escaleras cuando escuchó risas cerca de la entrada.
Ellyn y Federico acababan de llegar, tomados de la mano, con los ojos brillando como dos adolescentes enamorados. Se notaba en su lenguaje corporal: la complicidad, la ternura… el amor.
Melissa se detuvo a medio escalón y los observó en silencio.
Sonrió, aunque algo en su pecho le dolió, quería sentir un amor parecido a ese, un amor correspondido.
De nuevo eran e