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Capítulo: Prepararte para morir

El hombre la observó con una sonrisa torcida, burlona, como si las palabras que acababa de escuchar fueran una pésima broma.

—¿Por qué ofrecería dinero por ti el señor Durance… y no por su bellísima esposa?

Samantha sonrió. Pero no fue una sonrisa arrogante, ni siquiera triunfante.

Era una sonrisa tenue, casi quebrada, como si le costara mantenerse firme.

Estaba pálida, su ropa desgarrada, y, sin embargo, su voz fue serena, firme como un cuchillo.

—Porque yo soy el amor de su vida —dijo con calma—. Llámenlo y compruébenlo. Pero si lo hacen… me deben algo.

Los hombres se miraron entre sí, confusos. Uno alzó una ceja.

—¿Y qué se supone que te deberemos?

Samantha los miró como si no estuviera en peligro, como si esto fuera un simple juego de apuestas.

—Si él viene por mí, si arriesga todo para rescatarme, entonces pueden quedarse con su esposa. Cuando venga a sacarme de aquí, pueden divertirse con la hermosa señora Durance.

Elyn sintió un escalofrío tan fuerte que le erizó hasta los huesos.

La miró con una mezcla de rabia, impotencia… y dolor. Un dolor que se le incrustó como una astilla entre las costillas.

Los secuestradores guardaron silencio.

Se miraron… y luego miraron a Elyn. Esta vez, no con interés casual.

Con lascivia.

Uno de ellos rio por lo bajo. El otro alzó el teléfono.

—Veamos si dice la verdad.

Intentaron llamar una vez. Nada. Luego otra.

A la tercera, una voz respondió con fastidio:

—¡Maldición, Elyn! Estoy ocupado. ¿Qué diablos…?

—¡Federico! —exclamó una voz entre sollozos—. ¡Soy Sam!

Hubo un silencio. Luego, incredulidad:

—¿Samantha? ¿Qué haces…? ¿Dónde estás?

—Me tienen secuestrada. A mí y a Elyn.

—¡¿Qué?! ¡¿Estás diciendo que…?! ¿Y Elyn?

Samantha no dudó.

—Escuche bien, señor Durance —interrumpió uno de los captores—. Si quiere volver a ver a su hermosa amante con vida… pagará cien millones de euros.

El hombre al otro lado del teléfono maldijo con furia.

—¡No se atrevan a tocarles un solo cabello! Iré. Iré con el dinero.

—En efectivo. Una hora. Le enviaremos la ubicación. Si llama a la policía… recibirá una caja con la cabeza de la mujer que ama.

Y cortaron la llamada.

Rieron. Eran como lobos hambrientos.

—¡Seremos ricos!

Uno de ellos se giró hacia Elyn y la miró de pies a cabeza.

—Qué lástima… una joya tan hermosa. Si el hombre no la quiere, ¿por qué no aprovechar ahora?

Elyn tragó saliva. Su cuerpo se tensó. Sus muñecas, atadas, dolían. El terror le latía en las sienes.

Samantha, en cambio, sonrió con perversidad.

—Esperen —dijo el más joven, el único que parecía tener una chispa de cálculo—. ¿Y si el señor Durance… decide salvar a su esposa?

Todos quedaron en silencio.

—Entonces… —añadió— como dijo esta mujercita, que él elija. La que no sea elegida… será nuestra diversión esta noche.

Salieron del cuarto riendo, dejando tras ellos el eco de una sentencia terrible.

El encierro quedó en silencio, apenas roto por la respiración temblorosa de Elyn.

Samantha la miró a ella, fijamente con un brillo de maldad

Sonrió con burla. La luz de una bombilla colgante oscilaba sobre sus cabezas, lanzando sombras sobre las paredes grises.

—¿Sabes a quién va a elegir tu esposo, señora Durance?

Elyn no respondió. No podía. Su garganta estaba cerrada por un nudo de miedo.

Sus ojos, llenos de lágrimas.

—A mí. —La voz de Samantha fue un susurro venenoso—. Porque me ama. Porque entre nosotras dos… yo soy el amor de su vida. Lo he sido siempre.

Elyn apretó los dientes.

Intentó apartar la mirada, pero Samantha se inclinó más cerca.

—Él te va a dejar morir. Porque si tiene que elegir, elegirá el amor. No la costumbre.

—No… —musitó Elyn, apenas audible.

—Sí —sonrió Samantha—. Y cuando lo haga, cuando abra esa puerta y diga mi nombre, sabrás que todo este tiempo solo fuiste un error.

Elyn quería conservar la esperanza.

Quería creer que Federico vendría por ella, que la amaba, que no la dejaría sola en ese infierno.

Pero no podía evitarlo.

Tenía miedo.

Y en lo más profundo de su pecho, una parte de ella comenzó a prepararse… para morir.

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