Federico unió su frente a la de Ellyn con una delicadeza desesperada.
Aspiró su aroma floral, ese perfume suave que siempre lo desarmaba, y acercó sus labios a los de ella, peligrosamente cerca, como si estuviera dispuesto a arriesgarlo todo por un segundo más a su lado.
—Por favor, Ellyn… —susurró con voz temblorosa— déjame cuidar de Asha. Quiero ser un buen padre. Déjame amarte con ternura, perdona mis errores. Esta vez… juro que seré el mejor hombre para ti, y un gran padre para nuestra hija. Solo dame una oportunidad. Una sola para enmendarme.
Ellyn sonrió, pero no con dulzura.
Fue una sonrisa cargada de dolor y amargura, como una herida que nunca sanó. Sus ojos brillaban, no de felicidad, sino por lágrimas contenidas que amenazaban con desbordarse.
—¿Y vas a olvidar quién soy? —preguntó, con una risa amarga—. ¿Olvidarás que soy la hija de la amante de tu padre? ¿Qué mi padre fue el hombre que los asesinó?
Federico sintió el golpe como si las palabras fueran puñales.
Su expresión,