Al día siguiente, el cielo amaneció gris, como si la tristeza se hubiera extendido por el mundo.
Las flores se marchitaban en las jardineras del cementerio, los pájaros parecían haber guardado silencio, y el aire se volvía más espeso con cada suspiro contenido.
El abuelo no paraba de llorar, su rostro ya con arrugas parecía haber envejecido aún más de un día para otro.
El funeral fue un susurro de lamentos y miradas bajas, una despedida silenciosa que calaba profundo en el alma de quienes alguna vez fueron tocados por la ternura de la abuela Tina.
Las voces se apagaban frente al ataúd, y el llanto de Melissa, contenida entre sollozos, se mezclaba con el aroma de las flores blancas.
Federico permanecía en pie, junto a la tumba, con los puños apretados con frustración y dolor, los ojos rojos de tanto contener las lágrimas. Se aferraba a su propia rabia para no desmoronarse.
No podía evitar mirar de vez en cuando hacia la entrada del cementerio, como si esperara que alguien más llegara… p