Ellyn rompió el beso con fuerza, como si su boca ardiera por el contacto que acababa de rechazar.
Se alejó del hombre con el rostro encendido, no de amor, sino de rabia contenida.
—¡No vuelvas a besarme! —espetó, temblando.
Él la miró con ojos suplicantes, como si aún hubiera esperanza en su interior.
—¿De verdad ya no me amas?
La pregunta fue un golpe seco, un dardo envenenado que intentaba abrir viejas heridas.
—No —dijo, con voz firme—. Ya no te amo. No mentí. Ahora hay otro hombre. Uno que me respeta. Uno que me ama… y al que yo también quiero.
El rostro del hombre palideció. Las palabras de Ellyn fueron cuchillas que lo dejaron sin aliento.
—Ellyn, espera… necesito decirte algo. Ese hombre…
—¡Federico! —interrumpió una voz aguda.
Ellyn se giró bruscamente y vio a la mujer que menos deseaba encontrar en ese momento.
Sus ojos se clavaron en ella con furia.
—¿Qué haces aquí, Ellyn? —dijo la mujer, con tono venenoso—. ¡Casi matas a la abuela, y ahora vienes a hacer un escándalo!
Las