Ellyn y Federico llegaron al hospital al día siguiente, con los brazos cargados de regalos y el corazón rebosante de emoción.
Llevaban un ramo de rosas frescas —las favoritas de Melissa— y una pequeña maleta con ropa nueva para la bebé.
Habían dejado a sus gemelos, Asha y a Bruno bajo el cuidado de una niñera, asegurándose de que todo estuviera en orden para poder dedicar ese momento, por completo, a su hermana y a su recién nacida sobrina.
Cuando entraron a la habitación, la calidez los envolvió de inmediato.
La luz del sol entraba por la ventana, bañando la escena en un resplandor suave y acogedor. Melissa, con el rostro agotado, pero sereno, sostenía en brazos a su hija. El aura que la rodeaba era casi sagrada.
Ellyn sintió cómo sus ojos se humedecían de pura ternura. Se acercó con cuidado, como si se acercara a una joya frágil.
—¿Puedo? —preguntó, con la voz temblorosa.
Melissa asintió, y Ellyn tomó a la pequeña entre sus brazos. Un suspiro se le escapó del pecho.
—¡Es igualita a t