— No te menosprecies, Carmen, eres una buena chica, amable y hermosa, te mereces a un hombre que te valore, que sea capaz de luchar por ti y que te respete, que te dé tu lugar… — Soltó Marcus y con pena, Carmen volteó la vista inmediatamente hacia un ventanal de la habitación, sintiendo ese doloroso pinchazo, pues ella sabía perfectamente que Marcus lo decía por Bastián. — Si tú me lo permites, Carmen, yo soy capaz de darte eso… — La otra mano de Marcus cubrió la pequeña mano que sostenía de Carmen, envolviéndola entre sus dos grandes y fuertes manos.
— ¿Qué? — Carmen los observó confundida, sintiendo como los latidos de su corazón iban acelerándose y perdiendo su ritmo normal.
— Si te soy honesto, tú… — Marcus bajó la mirada, apenas era visible un pequeño rubor en sus blancas mejillas, ¿él se estaba sonrojando? — Carmen, tú siempre me pareciste una chica muy linda, desde un principio, tú fuiste la primera en mirarme y tratarme como alguien de la familia cuando llegué con los Hidal