Isabella daba vueltas entre las sábanas de satín negro, una tela de lujo que, a pesar de su suavidad, no podía brindarle consuelo. La lujosa habitación de Sebastián era un reflejo de un mundo que, en este momento, le parecía ajeno. Las sombras danzaban en las paredes, y su mente estaba atrapada en un ciclo interminable de pesadillas. Las memorias de la funeraria la acechaban, como si las paredes pudieran repetir aquel llanto desgarrador que tanto le había impactado, llenando su corazón de una tristeza abrumadora.

La luz de la mañana comenzó a filtrarse a través de las pesadas cortinas, un rayo de esperanza que tocaba suavemente su pálido rostro. Se sentó en la orilla de la cama y observó las intrincadas tallas del techo, un arte de otra época, mientras su mente intentaba hallar paz. Observo la nota que Sebastián había dejado sobre la mesita de noche que tenía escrito: “Espera a que despiertes”, decía con una hermosa caligrafía. Se sintió un poco más calmada, recordando su mirada, la m