El atardecer caía sobre Milán como un manto de fuego, tiñendo los edificios de tonos cobrizos mientras Valeria observaba la ciudad desde la terraza del apartamento de Claudia. Las dos amigas compartían una botella de vino tinto, pero el ambiente distaba mucho de ser relajado. Claudia había estado inquieta toda la tarde, como si cargara un peso invisible sobre sus hombros.
—¿Me vas a decir qué te pasa o vamos a seguir fingiendo que todo está bien? —preguntó Valeria finalmente, colocando su copa sobre la mesa con un golpe seco.
Claudia desvió la mirada hacia el horizonte. Sus dedos tamborileaban nerviosamente sobre el reposabrazos de su silla.
—Hay algo que deberías saber sobre Enzo —murmuró Claudia con voz apenas audible—. Algo que podría cambiarlo todo.
El corazón de Va