El invierno neoyorquino mordía con dientes de hielo. Valeria se ajustó la bufanda mientras contemplaba el skyline desde la ventana de su habitación de hotel. Cinco días en Nueva York. Cinco días sin Enzo. Cinco días intentando convencerse de que esta distancia era exactamente lo que necesitaba.
La ciudad que nunca duerme la recibió con su caótica sinfonía de cláxones, conversaciones en decenas de idiomas y el constante rumor de millones de vidas entrecruzándose. Pero ni siquiera ese torbellino urbano conseguía acallar los pensamientos que la atormentaban.
—Señorita Hidalgo, tiene correspondencia —anunció la recepcionista cuando Valeria cruzó el vestíbulo aquella mañana.
Tomó el sobre con desinterés, pensando que sería alguna invitación del hotel o publicidad. Pero al ver la caligrafía