La suite del hotel se había convertido en un campo de batalla silencioso. Valeria permanecía junto a la ventana, contemplando el atardecer que teñía de naranja y púrpura el horizonte de Madrid. En su mano, el contrato que le habían ofrecido desde Nueva York pesaba como plomo. Tres años. Manhattan. Una oportunidad que cualquier diseñadora mataría por tener.
Enzo la observaba desde el otro extremo de la habitación, apoyado contra la pared con los brazos cruzados. Su rostro, normalmente impenetrable, mostraba grietas que dejaban entrever un dolor que intentaba contener.
—Deberías aceptarlo —dijo finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos desde hacía casi una hora—. Es la oportunidad de tu vida.
Valeria dejó escapar un suspiro mientras pasaba los dedos por el papel satinado del contrato.
—Lo sé