El atelier de Valeria estaba inundado de luz natural. Los bocetos de la nueva colección cubrían cada superficie disponible, y los maniquíes lucían prendas a medio terminar. Llevaba tres días encerrada allí, trabajando sin descanso, intentando que sus diseños reflejaran exactamente lo que tenía en mente.
Cuando la puerta se abrió sin previo aviso, ni siquiera necesitó levantar la mirada para saber quién era. Solo Enzo entraba así, como si el espacio le perteneciera.
—¿Alguna vez has oído hablar de tocar antes de entrar? —preguntó ella sin apartar la vista del boceto que estaba perfeccionando.
—Es mi edificio —respondió él con esa sonrisa ladeada que ella tanto detestaba... y deseaba.
Valeria dejó el lápiz sobre la mesa y se cruzó de brazos.
—¿Qué quieres, Enzo? Estoy o