Mundo ficciónIniciar sesiónLa luz mortecina del atardecer se filtraba por los ventanales del ático mientras Enzo contemplaba la ciudad desde las alturas. Roma se extendía bajo él como un tapiz de luces temblorosas que comenzaban a despertar con la caída del sol. En su mano, el whisky apenas había sido tocado, pero el hielo ya se había derretido casi por completo.
El sonido de la puerta al abrirse lo sacó de su ensimismamiento. Marco entró con un portafolio negro bajo el brazo y una expresión que Enzo conocía demasiado bien: había encontrado algo.
—Tenías razón —dijo Marco sin preámbulos, dejando caer el portafolio sobre la mesa de cristal—. Alejandro no es solo un imbécil con suerte. Es un depredador calculador.
Enzo abandonó su posición junto a la ventana y se acercó a la mesa. Sus dedos, tensos como garras, abrieron el portafolio mientras Marco







