El agua caliente caía sobre mi cuerpo como un manto de olvido que no funcionaba. Llevaba cuarenta minutos bajo la ducha, y la piel de mis dedos ya estaba arrugada como una pasa. El vapor empañaba el espejo y las paredes del baño, pero no lograba empañar los recuerdos.
Cerré la llave y me envolví en una toalla. El silencio de mi apartamento era exactamente lo que necesitaba. Tres días habían pasado desde el incidente del ascensor. Tres días en los que había ignorado diecisiete llamadas, veintitrés mensajes y dos visitas a mi puerta. Enzo Costa no entendía el significado de "espacio personal".
Mi teléfono vibró sobre la mesita de noche. Lo miré como si fuera una bomba a punto de estallar.
*Enzo: Necesitamos hablar. No puedes esconderte para siempre.*
Lancé el teléfono sobre la cama y me dejé caer junto a él. El techo blanco de