La suite del hotel era exactamente lo que Valeria había esperado de un establecimiento de cinco estrellas en pleno centro de Madrid: elegante, espaciosa, con vistas a la Gran Vía iluminada como un río de luces. Pero nada de eso importaba ahora.
Lo único que importaba era el hombre que cerraba la puerta tras ellos con un clic definitivo que resonó como una sentencia.
Enzo se volvió hacia ella, y Valeria sintió que el aire abandonaba sus pulmones. En el taxi desde la gala habían mantenido las distancias, una tortura autoimpuesta mientras sus cuerpos gritaban por contacto. Ahora, en la privacidad de aquella habitación, las barreras habían caído.
—¿Estás segura? —preguntó él, su voz ronca cargada de deseo contenido—. Porque si cruzamos esta línea, no hay vuelta atrás.
Valeria dio un paso hacia él, sus tacones hundiéndose en la alfombra mullida. El vestido negro se deslizaba contra su piel con cada movimiento, recordándole lo poco que la separaba de estar completamente expuesta ante él.
—De