CAPÍTULO XLI
Con el último renglón me percaté de que lloraba silenciosamente frente a todos, y el libro temblaba entre mis manos. Pero, por qué si solo era un poema?

Intenté reponerme, borrar las marcas de agua en mis mejillas, fingir que no me habían afectado las palabras de un sabio escritor, hacer de cuentas que me sentía mejor.

Levanté el mentón y John estaba ahí, frente a mí con el ceño fruncido, cruzado de brazos analizando mi ridículo comportamiento, sin intención de consolarme.

─Puede sentarse señorita Hudson ─fue lo único que dijo antes de dar la espalda y ponerse a escribir en la pizarra.

─Lo leíste con mucho sentimiento ─me dijo una compañera, aunque yo realmente no sabía si creerle.

la voz de mi profesor me sacó del trance ─No quiero que dejen un sola línea fuera del análisis, necesito que el poema sea evaluado por entero. El trabajo es individual, y el plazo máximo para enviarlo a mi correo será hoy hasta las 12 en punto de la noche, ¿de acuerdo?

Apunté lo que debía hacer, y le tomé f
La Petrova

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