Capítulo 90. Pasar la página
El amanecer filtraba una luz tenue por la ventana del hospital, tiñendo de un dorado suave los pliegues de las cortinas. El sonido de las máquinas seguía allí, constante, como el eco de una respiración mecánica que sostenía la vida. Leiah abrió los ojos con dificultad. Su cuerpo estaba exhausto, y aún la náusea persistía, aunque menos intensa. Lo primero que vio fue la silueta de Alexei, dormido en una silla, con la cabeza ladeada hacia un costado y los brazos cruzados sobre el pecho. No había querido irse, ni siquiera cuando el personal insistió en que descansara.
Durante días había permanecido así: firme, discreto, paciente. Y aunque ella le había pedido que no se quedara, él respondía siempre lo mismo:
—No voy a dejarte sola.
A veces ella lo observaba en silencio, intentando descifrar qué era exactamente lo que él veía en ella. Una mujer enferma, embarazada de otro hombre, quebrada por dentro. Tal vez era la ternura, o esa compasión que brota en los hombres buenos cuando el m