Leiah no volvió a responder los mensajes de Eva durante varios días. Necesitaba distancia. Silencio. Aire. Luego de la confesión en aquella sala privada, algo dentro de ella se resquebrajó con un sonido seco y final. Como un vidrio roto que ya no admite restauración.

Se centró en un solo objetivo: encontrar a su padre biológico. El verdadero. Aquel que Silvia había ocultado toda su vida.

Lo halló más rápido de lo que esperaba. No fue difícil, gracias a la información que Eva y Johan habían recopilado. Tenía un taller mecánico pequeño en las afueras de la ciudad, un lugar grasiento, saturado de ruido y aceite quemado. Leiah llegó con el corazón hecho un nudo.

Él la miró con una mezcla de desconcierto y fastidio.

—¿Tú quién eres? —preguntó, secándose las manos con un trapo sucio.

—Soy Leiah. La hija de Silvia Dalbus.

No hubo emoción. Ni una chispa de sorpresa genuina. Solo una risa seca.

—¿Y ahora qué quieres aquí? ¿Vienes por dinero?

—No. Vengo a verte a ti. Quiero saber quién eres.

Él