Habían pasado un par de semanas desde el colapso emocional de Leiah. Poco a poco, con ayuda de Adrián y el apoyo constante de Eva, comenzaba a levantarse de entre las ruinas. Aún no dormía bien, aún despertaba llorando en medio de la noche, pero había vuelto a comer con regularidad, y su rostro empezaba a recuperar algo del brillo perdido.

—Eva... —le dijo una tarde mientras paseaban por un pequeño parque—. Necesito saber la verdad. Todo. Ya no quiero más mentiras. Si hay algo más que no me hayas contado, por favor, dímelo. Quiero seguir investigando, no puedo seguir viviendo con estas dudas.

Eva la miró con una mezcla de alivio y preocupación. Era el momento.

—Hay cosas que debes ver con tus propios ojos —respondió con suavidad—. No quiero darte información a medias. Ven conmigo.

Esa misma noche, la llevó a un restaurante discreto, uno de esos que ofrecía salas privadas para reuniones. Había reservado con antelación, buscando un ambiente neutro, sin interrupciones, sin emociones ajen