Cam parte VI.
Victor cumplió su palabra de inmediato.
Al terminar el verano, ya había sobornado a dos mozos de muelle para que le informaran de cualquier movimiento de la comitiva. No necesitó más de tres conversaciones en tabernas y un par de partidas de dados para saber qué ruta tomarían, dónde se detendrían y en qué barco cruzarían el mar.
Yo lo seguía de cerca, viendo cómo su red de contactos se extendía como raíces bajo tierra: pescadores, comerciantes, contrabandistas… todos le debían algo o estaban dispuestos a vender información por el precio correcto.
En día en que la realeza del Continente Norte se iba, la princesa y sus hermanos descendieron de los caballos en el puerto. El olor a sal y brea impregnaba el aire. La madera húmeda del muelle crujía bajo las botas de los guardias reales, que se apresuraban a inspeccionar la nave.
Victor me miró por encima del hombro y sonrió con descaro.
—Observa y aprende.
Se esfumó entre los almacenes y cuando lo vi de nuevo, llevaba ropa senci