Soland ya se había marchado sin decir una palabra más sobre la lista de mujeres que había pasado toda la noche elaborando.
Después de ver a su sobrino con su esposa, entendió que era hora de soltar. La advertencia del asistente Brown había sido certera: insistir más solo empeoraría la relación, ya de por sí tensa, con Damian.
De vuelta en la sala de lectura, Livia se volvió hacia su marido.
—Cariño, ¿por qué dejaste que tu tío se arrodillara así? —preguntó, con un tono cargado de desaprobación.
—Yo no le dije que se arrodillara. Fue decisión suya —respondió Damian, con frialdad. La contestación dejó a Livia irritada y un poco desinflada.
Tch, sigue negándose a admitir que estaba equivocado.
—Pero podrías haberle dicho que se levantara —insistió. Durante las últimas semanas, su confianza había crecido, y ahora empezaba a notarse.
—Sí se lo dije —replicó Damian con brusquedad—. Tú estabas allí, ¿en qué estabas pensando? —Señaló el lugar donde ella había estado.
Ugh, ¿otra vez me estaba