Cristina se quedó perpleja, con el rostro ardiendo, y de inmediato intentó apartarse.
Paolo la sujetó con firmeza, impidiendo que escapara. Su voz sonó dura.
—Ni se te ocurra moverte, o te quito la ropa aquí mismo.
Ella mostró su incomodidad, se mordió el labio y asintió con un sonido apenas audible.
Él entrecerró los ojos.
—A ver, dime… ¿qué más oíste?
Ella desvió la mirada, evitando sus ojos peligrosos, y apretó los párpados. Su voz sonaba vacilante.
—Señor, la verdad es que, además de lo del gato, sí oí otras cosas…
Un brillo de interés apareció en la mirada de Paolo.
—¿Ah, sí?
Ella abrió los ojos de par en par y asintió enérgicamente.
—Oí que el señor se moría de hambre y que me levantara rápido a prepararle algo rico…
—¿Y qué más? —preguntó él con una media sonrisa.
—De hecho, también oí que el señor ya encontró a mi mamá y que iba a contarme un secreto increíble… —murmuró Cristina, y un destello de esperanza cruzó por sus ojos.
—Ah, ¿nada más eso oíste? —La decepción hizo que él