Cristina se sobresaltó y lo miró con fastidio.
—¡Es estilista! ¿Qué intenciones va a tener? Señor, no se imagine cosas.
—¿Que me imagino cosas? —replicó él con seriedad—. Eres muy ingenua, no sabes lo retorcida que puede ser la gente.
—Pero me lo presentó Susan. Además, fue el maquillista principal en el desfile de modas de su empresa —se defendió ella, pensando que estaba exagerando.
—Ah… con que él es el maquillista tan bueno del que hablaba Susan… —murmuró Paolo, y una sonrisa pensativa se dibujó en sus labios.
Cristina rio suavemente.
—Es que de verdad es muy bueno. Señor, ¿podemos pedirle que me maquille para las fotos de la boda? Y de paso… que lo arregle un poquito a usted…
Él soltó un resoplido divertido y la miró con aire arrogante.
—¿Yo? ¿Necesito que me "arreglen"? ¿No me digas que te doy pena cuando salimos juntos?
Ella ocultó una sonrisa, pero asintió con solemnidad.
—No, no, para nada. El señor no necesita ningún arreglo, ya es muy guapo. ¡Uf, más que una estrella de cin