Cristina se estremeció de pies a cabeza. Tragó saliva con dificultad y su voz salió como un ruego.
—Le juro que todavía me duele. Cuando se me pase... entonces sí... hacemos... eso, ¿le parece?
Paolo sonrió al verla temblar. Logró contenerse y le dio una suave palmada en el trasero.
—De acuerdo. En cuanto te recuperes, ya me encargaré de ti.
Cristina soltó un profundo suspiro y asintió con energía.
Él la ayudó a sentarse en la cama, apartando las sábanas. Sacó una gelatina de frutas, rasgó la tapa, tomó un poco con la cucharita y se lo acercó a los labios. Arrugó la frente con desaprobación.
—Ves, te encanta comer cosas que no alimentan. Por eso estás tan delgada.
Con la gelatina en la boca, una sensación dulce la invadió. No pudo evitar levantar la mirada hacia él, con la felicidad reflejada en la cara.
—Está riquísima.
Paolo se detuvo un instante antes de darle otra cucharada.
—Anda, come un poco más. La fruta te va a hacer bien.
Ella lo miró y luego echó un vistazo a la bolsa, dond