Después de desayunar, Paolo se fue en su carro.
Cristina le llevó el desayuno a Angelo, pero el dolor de cabeza persistía. Al verla tan pálida, Angelo le pidió a una empleada que le trajera un analgésico.
Después de tomar la pastilla, a Cristina le empezó a dar sueño, pero recordaba que el joven Paolo había dicho que Susan vendría a llevarla de compras.
El otoño de noviembre ya traía un aire fresco, y ella se acurrucó bajo las sábanas.
Seguía percibiendo ese familiar y ligero aroma a tabaco en la ropa de cama. Era el olor del joven Paolo. Cada vez que lo olía, recordaba la primera vez que lo vio.
Aquel mediodía cálido en el hospital, la luz dorada del sol dibujaba sus facciones perfectas. Él levantó la vista, y sus ojos ámbar brillaron con una luz deslumbrante.
Con ese pensamiento, se quedó profundamente dormida, con una sensación de paz.
...
A las dos de la tarde, un suave movimiento la despertó.
Frente a ella estaba Susan, la asistente principal de Paolo. Desde que Cristina había ll