En la mansión Martín, Juliana y Pedro estaban muy preocupados por Isabel. La habían llamado varias veces al móvil, pero estaba apagado. Intentaron comunicarse con todos los que la conocían, pero nadie sabía nada de su paradero. Pensaron que tal vez había ido en busca de su madre.
Ya en la madrugada, Isabel despertó. Miró a su alrededor. La habitación le resultaba familiar, pero no era la suya. A su lado, la figura masculina de Michael dormía profundamente. Entonces, los recuerdos de la noche anterior regresaron uno a uno, con fuerza.
Se levantó apresurada, buscó su ropa, se vistió a toda prisa y salió sin siquiera ponerse los zapatos. Bajó corriendo, tomó su auto y, mientras conducía de regreso a casa, la culpa comenzó a invadirla. Se había acostado con Michael, un hombre mucho mayor, del que había oído decir cosas terribles, que despreciaba a la gente de raza negra y que tenía fama de mujeriego.
Aún estaba oscuro cuando llegó. Entró a hurtadillas y subió directo a su habitación. Se