Quince años habían transcurrido desde aquellos sucesos. Para algunos fueron desagradables, para otros no tanto, y para muchos, incluso beneficiosos. La vida de todos había cambiado, y con estos cambios, las piezas comenzarían a encajar en su lugar.
Desde hacía varios días, un hombre desconocido para los habitantes del pueblo se paseaba por sus calles. Alto, de rostro atractivo, tez morena y modales impecables, frecuentaba la cafetería ubicada en la esquina principal del pueblo, un lugar de paso obligado para todos. No preguntaba nada; simplemente se dedicaba a observar lo que ocurría a su alrededor.
Juliana, una de las meseras del lugar, quería trabajar para demostrarle a su hermano que no dependía de él. Le gustaba su empleo porque la mantenía alejada de los regaños de sus padres y del control asfixiante de su hermano, quien se dedicaba a espantarle los pretendientes bajo el argumento de que ninguno era lo suficientemente bueno para ella. Un día, decidió romper el hielo con el descon