—¿Qué sucede, hija? —preguntó el padre, nervioso.—¡No está mi bebé! —gritaba Mary, desesperada.Corrieron a las afueras de la parroquia y preguntaron a un feligrés que venía a la misa. Él dijo haber visto a Carlina correr con un bebé en brazos. De inmediato, fueron a la policía y comenzó la búsqueda por calles y avenidas, pero no encontraron ni a Carlina ni, mucho menos, a la pequeña Isabel. Las autoridades prometieron hallarla lo antes posible.El desespero de Mary era tan grande que sus fuerzas la abandonaron. Cayó al suelo desmayada y, de inmediato, la llevaron a su habitación para brindarle los primeros auxilios. El padre Jesús la observaba; nunca antes la había visto así: frágil, hermosa y desvalida. Una extraña sensación se apoderó de él, y se horrorizó de sus propios pensamientos. En silencio, pidió perdón por tener ideas tan mundanas.Mary no tardó en recobrar el sentido y, al despertar, preguntó insistentemente por su pequeña. La mirada del padre Jesús le recordó que aún no
Siempre cumplo lo que prometo.Rafaela recibió el envoltorio que traía la recién llegada. En su rostro se dibujó una mueca de agrado al ver de qué se trataba. Sacó un paquete de su cartera y dijo:—Con este dinero podrás vivir el resto de tu vida sin preocuparte por nada.—Lo necesito, quiero darme unas merecidas vacaciones.—Ahora márchate y no vuelvas jamás. No quiero verte el resto de mi vida.Carlina se ofreció a la familia Martín para trabajar en la casa, realizando labores de aseo y mandados. Ellos, recién llegados, aceptaron gustosos. Poco a poco, ella los puso al tanto de cómo transcurría la vida en el pueblo: qué hacía cada persona, en quién se podía confiar y en quién no. Con el tiempo, se ganó la confianza de los hermanos y, sobre todo, la de Rafaela.Rafaela le confesó que nunca había podido tener hijos y que ese era un sueño por cumplir. Quería adoptar un niño o una niña, pero sin lidiar con papeleo ni trámites en oficinas. Le preguntó a Carlina si conocía a alguien que e
Quince años habían transcurrido desde aquellos sucesos. Para algunos fueron desagradables, para otros no tanto, y para muchos, incluso beneficiosos. La vida de todos había cambiado, y con estos cambios, las piezas comenzarían a encajar en su lugar.Desde hacía varios días, un hombre desconocido para los habitantes del pueblo se paseaba por sus calles. Alto, de rostro atractivo, tez morena y modales impecables, frecuentaba la cafetería ubicada en la esquina principal del pueblo, un lugar de paso obligado para todos. No preguntaba nada; simplemente se dedicaba a observar lo que ocurría a su alrededor.Juliana, una de las meseras del lugar, quería trabajar para demostrarle a su hermano que no dependía de él. Le gustaba su empleo porque la mantenía alejada de los regaños de sus padres y del control asfixiante de su hermano, quien se dedicaba a espantarle los pretendientes bajo el argumento de que ninguno era lo suficientemente bueno para ella. Un día, decidió romper el hielo con el descon
La familia Martín volvió al pueblo para pasar las vacaciones. Habían pasado 15 años desde que se marcharon, y Rafaela ya no tenía ninguna preocupación sobre si los padres de Isabel querrían recuperarla. Legalmente, la joven era su hija y, además, contaba con un buen puñado de abogados para defenderla si algo llegaba a ocurrir.Isabel Martín se había convertido en una hermosa joven. Su piel bronceada combinaba a la perfección con sus ojos, realzando aún más su belleza. Creció en Inglaterra, rodeada de lujos y comodidades. Su madre y su tío la habían consentido en todo, cumpliendo todos sus caprichos. Isabel era un poco tímida y solo hablaba cuando alguien iniciaba la conversación. Desde pequeña, le habían fascinado las artes: tenía talento para escribir cuentos, novelas e historias, además de realizar maravillosas pinturas. Por ello, estaba estudiando Arte para reforzar sus conocimientos empíricos. Pasaba la mayor parte del tiempo con su madre; salían de compras, de paseo, al gimnasio,
En el pueblo, todos sus habitantes se conocían, lo que facilitaba la investigación de Pedro más de lo que esperaba. Su objetivo era encontrar el paradero de sus hermanos y, aunque ya tenía indicios, no estaba del todo seguro de que fueran ellos. Había rondado la hacienda muchas veces con la esperanza de ver al joven, pero el estricto y numeroso esquema de seguridad de la familia le impedía acercarse. Decidió entonces seguir los autos de la familia cuando salían, pero tampoco podía acercarse tanto como hubiera querido.Una tarde, para su sorpresa, vio en el lobby del hotel donde se hospedaba a una joven muy parecida a Mary. Intrigado, preguntó a una empleada quién era, y ella le respondió que era la hija de la dueña del hotel, la mujer que estaba a su lado. Pedro, extrañado, comentó que no se parecían en nada, a lo que la empleada le susurró casi al oído:—Dicen que es adoptada.Agradeció la información y, al observarla mejor, quedó impactado por el gran parecido con Mary; era como ver
—Ya que no quieres hablar, te refrescaré la memoria. Y no me provoques, porque soy capaz de acabar contigo y con lo poco que te queda... si es que aún te queda algo.—¡Usted mató a mi padre y le hizo daño a mi madre! —respondió Pedro lentamente, con rabia contenida.—¿Mary? —preguntó Carlos, sorprendido.—¡No mencione a mi madre, ella es una santa! —gritó Pedro.—Mary... ¿Qué sabes tú de Mary? ¿Dónde está ella? Dímelo todo. —Carlos se acercó bruscamente y lo tomó por el cuello de la camisa—. ¡Dime dónde está Mary!—¿Para qué? Usted le hizo mucho daño.—Ella es muy importante para mí. Dime dónde está.—Si hubiera sido importante, no le habría hecho todo lo que le hizo.—Tú no sabes nada, imbécil, y nunca lo sabrás —gritó Carlos con furia—. Sabes que puedo destruirte. Deja las cosas como están o correrás la misma suerte que tu padre. Ahora, lárgate de mi vista y de mi pueblo.Pedro sabía que se estaba enfrentando a un hombre peligroso, alguien a quien jamás podría vencer solo. Carlos te
Cuando iba a recogerla después de clases, no podía dejar de mirarla por el espejo, y eso resultaba muy incómodo para Isabel. Pero era mejor que su madre lo supiera; no tenía secretos con ella, y este no sería la excepción.Esa noche, estando en su habitación y dispuesta a irse a la cama después de realizar sus labores académicas, tocó su madre a la puerta.—Hija, ¿aún estás despierta? —Sí, mamá, entra por favor. —Quería preguntarte, ¿cómo va todo en el colegio?—Bien, mami. Pero quiero confesarte algo que es muy importante para mí.—Sí, cuéntame. —Rafaela se sentó en la cama e Isabel recostó la cabeza en su regazo.—Mami, es que no quiero que mi tío John me vaya a recoger al colegio.—¿Por qué, mi amor? Si fuiste tú quien dijo que querías que él fuera, que no confiabas en nadie más. —Sí, mami, pero ya cambié de opinión. Te lo voy a decir, pero no quiero que discutan entre ustedes. —Isabel se sentó en la cama.—Ya me estás asustando, hija. Dime lo que
—¡No seas imbécil! —volvió a gritar Rafaela—. No vuelvas a decir estupideces. ¿Sabes? He cambiado de opinión. Quiero que te vayas —dijo decidida.—Te recuerdo que tú y yo somos los dueños de estas empresas.—Hermanito, eso era antes de que despilfarraras cantidades de dinero a diario. Tengo por escrito cada peso que gastas y, la verdad, es poco lo que te queda. Es mejor que aceptes mi oferta.—¿Y cuál es tu oferta, hermanita?—Que me vendas tu parte y te vayas.—Está bien, no se diga más. Busca a tu abogado, yo traeré el mío y a los contadores. Que el negocio se haga lo más pronto posible.Para Rafaela, aquello fue una sorpresa. No esperaba que su hermano tomara la decisión con tanta tranquilidad.Rafaela le entregó lo que le correspondía y, en realidad, no fue mucho. Las salidas con mujeres, las lujosas fiestas, los costosos viajes y las excesivas facturas de ropa para él y sus novias fueron creando un enorme hueco en la fortuna que compartían. Rafaela, astuta y precavida, conocía bi