—¿Qué sucede, hija? —preguntó el padre, nervioso.
—¡No está mi bebé! —gritaba Mary, desesperada.
Corrieron a las afueras de la parroquia y preguntaron a un feligrés que venía a la misa. Él dijo haber visto a Carlina correr con un bebé en brazos. De inmediato, fueron a la policía y comenzó la búsqueda por calles y avenidas, pero no encontraron ni a Carlina ni, mucho menos, a la pequeña Isabel. Las autoridades prometieron hallarla lo antes posible.
El desespero de Mary era tan grande que sus fuerzas la abandonaron. Cayó al suelo desmayada y, de inmediato, la llevaron a su habitación para brindarle los primeros auxilios. El padre Jesús la observaba; nunca antes la había visto así: frágil, hermosa y desvalida. Una extraña sensación se apoderó de él, y se horrorizó de sus propios pensamientos. En silencio, pidió perdón por tener ideas tan mundanas.
Mary no tardó en recobrar el sentido y, al despertar, preguntó insistentemente por su pequeña. La mirada del padre Jesús le recordó que aún no