Las ganas de Michael por ver a Isabel eran ya insoportables. Quería tenerla, hacerla suya, completamente suya, pero no podía llegar hasta ella y no sabía qué hacer: ¿llamarla o…? Finalmente decidió llamarla.
Tomó su teléfono y buscó su número.
—¿Isabel?
—Sí, con ella —respondió la joven.
—Habla Michael —dijo él. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.
—Hum... quiero darte las gracias. No había tenido la oportunidad de hacerlo —dijo Isabel.
—¡Quiero verte! —exclamó Michael, tajante y sin vacilar.
—No. Yo no... estoy muy ocupada.
—¿Por qué me huyes? ¿Acaso me tienes miedo?
—La verdad, Michael, no me siento bien con usted. No me gusta la forma en que me mira, y es mejor dejar todo como está.
Sin decir más, Isabel cortó la llamada, dejando a Michael muy confundido. Jamás una mujer le había dicho algo así, y sus palabras lo ofendieron profundamente, hiriendo su orgullo.
Isabel, en cambio, se sintió bien al habérselo dicho. No quería tener ningún tipo de relación ni contacto con él